Si miras arriba, el cielo siempre estuvo ahí
Entraba a lo que parecía una tienda en medio del cielo. Adentro le acompañaban los que me imagino serían sus discípulos. Yo vestía un cuerpo de niña. Digo vestía porque eso es lo que yo pienso es nuestro cuerpo físico, una ropa que envuelve nuestro verdadero ser. El me recibió sentado y a sus pies había una especie de lavacara con la cual le lavé los pies. Me postré frente a él porque sólo eso me nacía hacer delante de su santa presencia. Él a cambio me dio de comer algo que se veía blanco como un algodón. Este sueño lo tuve hace muchísimos años y cada domingo de resurrección me acuerdo de él.
Yo sé que hay muchas razones por las cuales no creer. Sé que es demasiado fácil perder la fe, o no tenerla del todo y que para algunos no vale la pena creer. Pero, yo sin aferrarme a una institución, o palabra de ningún libro, creo. Creo porque lo siento en mis entrañas. Yo creo en él. No me avergüenzo de aceptarlo delante de los incrédulos del mundo. Porque él no se avergüenza de mí y me acepta de visita en su cielo, así sea en sueños.
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